Repugnante incoherencia política.

Imagen del dictador Castro.

No puedo entender como tenemos en este país multitud de voces afines al gobierno clamando por desenterrar fosas, quitar estatuas y cambiar el nombre de las calles en nombre de una (limpieza) de la memoria histórica y luego me encuentro que el canal público de noticias “24 Horas” dedica más de 20 minutos a retransmitir en directo un acto público de un dictador cubano al que los periodistas y reporteros de esta cadena pública se refieren como “Líder de la revolución”.

Será líder de la dictadura, no líder de la revolución ¿no? o acaso la revolución todavía sigue.

Porque creo que allí, la única revolución que todavía hay, es la de los que piden democracia. Revolución que este señor (calificativo que dudo que se merezca) se encarga de aplacar impunemente mientras los cargos del partido en el gobierno van a allí a expresar su apoyo al régimen dictatorial con la excusa de mejorar las relaciones.

Se ve que este país de imbéciles no está tan mal visto matar y encarcelar a opositores de Castro como a opositores de Franco porque claro, Franco era malo muy malo (que lo era) y Castro no.

Castro es un dictador comprensivo al que tienen que estarle agradecidos los cubanos por haberles conseguido un nivel de vida tan bueno. No puedes opinar de ciertas cosas, no puedes salir del país sin permiso, no hay libertad de prensa ni elecciones pero… se vive muy bien.

Y así lo ven nuestros políticos y así parece que quieren que se muestre en la televisión pública que yo también pago.

Incoherencia política se llama a eso de forma objetiva y, como poco, de forma subjetiva, se llama poca vergüenza y basura demagógica.

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47, 41, 34, 29…

Imagen gris

47 al sol, 41 a la sombra, 34 de noche y 29 de madrugada.

Esas son las temperaturas que hemos tenido estos días. Realmente no creo que algunas sean muy elevadas para esta época del año, pero otras sí.

En los mismos termómetros he visto otros años 49 al sol o 42 a la sombra, pero raras veces recuerdo haber tenido 29 grados de madrugada y ¡27 al amanecer!.

La diferencia de estos días ha sido el cielo cubierto.

El lunes 9 de agosto, cuando iba por la mañana al trabajo, se podía mirar perfectamente al sol blanco que se levantaba. La capa de nubes dejaba mirarlo unos segundos sin molestar, como una pelota blanca. Parecía una inmensa Luna, pero era el Sol.

A esa hora de la mañana, pese a que no hacía nada de frío (27 grados) no llegué a pensar en como iba a evolucionar el día.

Salí del trabajo a las cinco de la tarde. A esa hora hacía calor, lo normal en la moto, rayos de sol y aire caliente.

Por circunstancias (y por rebajas) estuve de compras en un centro comercial hasta las ocho y media de la tarde y entonces, a la salida, es cuando me di cuenta de lo diferente que era ese día.

Esa tarde, a esa hora ya era casi de noche. Cuando a esa hora, en esta época del año, suele haber claridad y luz amarilla de sobra. El ambiente se veía como gris, no sólo por la falta de luz sino por lo denso y espeso que parecía el aire.

No había excesiva humedad, pero desde luego no era el típico día de calor seco donde los rayos del Sol llegan limpiamente al suelo. Esa tarde los rayos de sol no se veían. Estaban ahí, calentando la Tierra, pero desde fuera, como si la Tierra estuviera metida en un horno de paredes grises donde sólo llegase el calor puro.

En la moto uno se sentía atípico. Como si fueran las nueve de la noche de un otoño en el que uno va sudando por exceso de abrigo. Pero aquí no había exceso de abrigo, simplemente es que el aire, la atmósfera, estaba caliente y densa, como si pudiera agarrarse un puñado y meterlo en un bote.

Medité bastante sobre ello durante la vuelta la casa y la verdad es que, pese a lo incómodo, era un sensación extraña.

Nos varían unos pocos grados la temperatura o la densidad del ambiente y uno ya se siente como en otro planeta.

Si entonces no fuera por el propio placer que me generaba esa sensación de extrañamiento, supongo que hubiera podido vernos como creo ahora que eso muestra que somos: unos ingenuos, frágiles y minúsculos humanos metidos en nuestra calentita e insignificante burbuja azul (a veces gris) flotando en el universo.

Al menos, ya que uno pasa calor, que sea de forma diferente.

PD: para la próxima vez contaré como es el calor húmedo de las mañanas. El que me recuerda a mis veranos de pequeño y el que (sin conocerlo) se me hace parecido al calor húmedo de las tardes en Misisipi.

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Botas Chirucas – El buen hacer de una marca.

Hace más de 15 años, cuando tenía 16 ó 17 años compré mis primeras botas Chirucas para hacer el Camino de Santiago.

Eran unas botas sencillas, con parte de cuero y parte de nylon. Hoy en día todavía las uso a veces en el campo, donde las tengo como calzado de reserva. Me quedan estrechas porque mi pie ha crecido y los tacos de la suela están gastados. Pero las botas están ahí, perfectas.

Durante esos años tuve algún calzado más de esa marca y, a finales de 2005, compré mis segundas botas Chirucas para un viaje a Argentina en el que iba a pasar por Ushuaia.

Estas segundas, por su destino, me las recomendaron en una tienda de montaña: buen precio, suela termosellada (impermeable) y muy cómodas. Tan cómodas que luego han estado en Inglatera, en Francia, en Portugal, otra vez en Argentina (en Patagonia y en Iguazú) y en todos los veranos o salidas a campo por España.

Han aguantado tierra, lluvia, hielo, hierba, barro y arena de playa.

Curiosamente, hace un par de meses, descansando de una excursión por el Guadiamar, por lo nuevas que parecían, pensaba en cuando tendría que cambiarlas por otras. Todo el exterior estaba perfecto, ni un raspado y ni un roto; el interior parecía nuevo y sólo la suela tenía los tacos algo gastados, pero vamos, lo normal.

A la vuelta de esa misma excursión, noté que algo se me había enganchado en la suela y cuando miré descubrí que no era así, que era la propia bota. Por alguna razón, una parte de la suela se había despegado y colgaba del pie.

El trayecto de vuelta de la excursión estuvo marcado por mi sorpresa ante la casualidad de los pensamientos previos y por la tristeza de que estando “nuevas” les hubiera pasado eso a las botas y que ahora tuviera que buscar otras similares.

Además, debido a la cercanía del verano y de las posibles actividades vacacionales, era un poco fastidioso.

Dediqué unos días a buscar unas sustitutas. Mi idea, desde luego, era que también fueran Chirucas y ya estaba casi decidido a comprar el mismo modelo o uno que había visto un poco más técnico y que me había gustado, pero la duda de si con el tiempo podría sucederles algo similar me frenaba.

Las primeras duraron más de 10 años; las segundas, estando nuevas, sólo 5 ¿estará afectándoles la sociedad de consumo? ¿podría dentro unos años, estando la bota aparentemente bien, despegarse la suela de repente en un momento inapropiado?

Y esto es lo sorprendente del asunto, para quedarme tranquilo, antes de comprarme otras de la misma marca, trasladé mis dudas a calzados FAL (Chiruca). Les comenté mis impresiones y mis dudas.

Hola,

Quería comentarles que he tenido varias botas suyas, algunas las he dejado en herencia y con más de 10 años de antigüedad todavía hacen el avío de mis sobrinos.
Siempre he estado muy contento con ellas y siempre me han dejado pasar buenos momentos con el pie cómodo y bien protegido.

Sin embargo, les adjunto las fotos de unas Chiruca Hunter que compré a finales de 2005. Sólo las he usado para caminatas por monte no escarpado y en algún caso con algo de nieve.
Están perfectas en todos los sentidos, las suelas no están gastadas y el interior está impecable. Pero, en una paseo de hace un mes por un arroyo, a una de ellas se le despegó, sin más, una parte de la suela del talón.

Entiendo que las botas no están en garantía ni yo estoy buscando una compensación. Lo que me gustaría es que me comentarán porqué ha podido pasar eso cuando las suelas ni siquiera están gastadas y en otros modelos eso no ha pasado.

Quiero comprarme otras similares pero no me gustaría que me pasara lo mismo.

Es una pena que unas botas que están aparentemente nuevas tengan que dejar de usarse por algo así, además me preocupa que, sin ningún signo externo que lo indique, uno no sepa cuando puede pasarle algo así (y quedarse tirado en medio de un viaje).

Quedo a la espera de su respuesta.

Ante mi sorpresa, directamente me respondieron que las botas tenían arreglo, que se las enviara explicando el problema y que ellos las reparaban (sin coste) y me las devolvían (a portes pagados).

Hace unos días, dos semanas después del envío, he recibido de vuelta en mi casa las mismas botas con la suela completamente nueva en ambos casos (aunque sólo una de ellas estaba despegada).

Así da gusto comprar productos de una marca que, encima, con muy buena calidad, suele tener un precio menor que la media.

No puedo dejar de compartir desde aquí mi buena experiencia y alabar el buen servicio de esta marca.

Yo sí sé de qué marca voy a seguir comprando el calzado que necesite.

Un saludo.

http://www.chiruca.com/

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Orientación visual

No lo he comentado a fondo con más gente pero lo tengo harto comprobado cada día y supongo que a todo el mundo le pasará lo mismo: cuando vamos andando a los sitios, avanzamos en pequeños tramos orientados por pequeños objetivos independientes.

¿Y qué quiere decir esto?
Simplemente que cuando vamos y volvemos a un sitio, lo hacemos por caminos diferentes aunque lo lógico, digo yo, sería hacerlo por el mismo.

Para comprobarlo hay que pensar en trayectos de al menos medio recorrido, que impliquen cruzar alguna calle o girar en algún punto, y donde el destino final no se vea desde el de partida.

Para mi los más típicos son los que hago del lugar de trabajo al lugar de desayuno, o de casa a comprar el pan. Pero cada uno puede tener los suyos.

Para ver si tengo razón, debéis fijaros en dos cosas:

1- Que el camino de ida y vuelta al sitio sea sólo para eso, para ir y volver; sin que tengáis que hacer nada en medio.

2- Que el camino que hacéis para la ida y para la vuelta no son iguales.

En mi ejemplo del desayuno, casi todos los días salimos más o menos a la misma hora y vamos al mismo sitio. Somos un grupo de cuatro o cinco personas que vamos juntos y, generalmente, a la ida siempre cruzamos por un sitio y la vuelta por otro y no hay más de diez metros de diferencia entre ambos puntos de cruce.

Mi teoría es que, cuando vamos andando, nos orientamos a través de pequeños objetivos visuales intermedios e inconscientes. Es decir que, nos fijamos en un punto que esté en dirección al destino y que nos permita avanzar en línea recta y vamos modificando este objetivo intermedio a medida que avanzamos. De hecho, el objetivo intermedio lo vamos modificando sin ni siquiera llegar al anterior.

Esto implica que, en dos trayectos (ida y vuelta) que deberían ser idénticos en la mayoría de los casos, siempre hay pequeñas diferencias.

Diferencias que se deben a que los objetivos que nos marcamos al avanzar en un sentido o en otro, son distintos.

Pensadlo, veréis que os pasa lo mismo.

Un saludo.

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Esquivando las nubes

El domingo 18 de abril no se preveía mucha lluvia y decidí acercarme en moto al club donde voy a nadar.

Sobre la una, mientras estaba en el agua, con el gorro y los tapones puestos, se escuchó un trueno que no dejó indiferente a nadie.

Al cabo de pocos minutos el agua sonaba con fuerza sobre la cubierta de invierno de la piscina y en pocos minutos más empezaron a calarse algunas gotas por las juntas.

Duró poco, después de un cuarto de hora dejó de llover.

Entre largo y largo yo ya había comenzado a plantearme como iba a hacer la vuelta a casa, teniendo sólo impermeable para el cuerpo.

Tenía claro que lo más lógico era volverme sin cambiarme, con el bañador y las chanclas, y pasando en la moto de la lluvia. Aunque lo de las chanclas de piscina en la moto (no son ni sandalias) no me convencía mucho.

Seguí nadando y cayeron varios chaparrones más, todos de igual fuerza y separados por unos quince-veinte minutos de calma total.

Salí del agua y, mientras me secaba (que ironía) y seguía dándole vueltas al asunto, cayó otro chaparrón.

Al final, aunque lo del bañador me atraía bastante, decidí volverme vestido, concienciado de mojarme.

Salí del vestuario y cuando iba hacía la moto empezó a llover de nuevo. Me cobijé en un porche cercano a la moto y mientras esperaba los 10 minutos de rigor empecé a fijarme en las nubes.

No era la lluvia de otros días, todo cubierto. Esta vez eran auténticos chaparrones de tormenta localizada. Se veía perfectamente como la nube que estaba dejando el agua en ese momento estaba pasando por encima mía y como después venía un claro con otras manchas negras a los lados. Con un poco de suerte no me mojaría y lo más que se perdía por probar era poner la ropa a secar.

Dejó de llover y empecé el camino a casa pensando en el recorrido más corto y que siguiera al claro de nubes. Por desgracia, a los quinientos metros, un atasco y un policía me tuvieron parados cinco minutos. Tiempo suficiente para que mi camino previsto se viera amenazado a lo lejos por una nube negra.

Cambié de dirección y tomé una ruta alternativa por donde veía que todavía estaba claro. La idea era volver a casa sin desviarme mucho pero siempre buscando ir hacia los claros.

Creo que, además de los seis-siete kilómetros normales, hice uno extra esquivando nubes, pero puedo asegurar que realmente fue eso: esquivar nubes.

Desde la moto veía perfectamente en el cielo como las nubes negras se iban moviendo con el viento y como podía esquivarlas desviándome cien metros arriba, cien metros abajo.

De hecho a trescientos metros de casa, en la recta final, me pareció ver que allí estaba lloviendo y pensé en llamar para preguntar si allí llovía y decidir si me esperaba un poco a seguir avanzando.

Decidí arriesgarme, estaba completamente seco y a punto de llegar, había que darle emoción al final.

Entré en el garaje sin una gota. Cuando aparqué y subí a casa (menos de tres minutos desde que yo había entrado) tronó de nuevo y diluvió en mi calle… pero yo ya estaba en casa, mirando tranquilo desde la ventana las nubes que había esquivado.

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Pandemias olvidadas

¿Qué pasó con la enfermedad de las vacas locas?
¿Qué pasó con la gripe aviar?
¿Qué pasó con la gripe A?

De estas tres crisis infecciosas de los últimos años sólo las dos primeras me parecen realmente dignas.

Con la enfermedad de las vacas locas se sacrificaron montones de reses, se invirtió en investigación y se vio que realmente había un nuevo tipo de enfermedad mortal capaz de contagiarse y multiplicarse a través de las proteinas. Algo bastante atípico en medicina.

Con la gripe aviar murió bastante gente en Asia y hubo que sacrificar muchas aves para eliminarla.

Pero ¿y con la gripe A? ¿qué paso con esos millones de vacunas que compraron los gobiernos a las farmecéuticas?

Al final no conocí a nadie que se pusiera la vacuna. De hecho ¿cuando dejó de hablarse de ellas? ¿y cómo se hizo para que nadie lo notara? ¿murió más gente en España de gripe normal que de gripe A?

¿Este invierno no se ha dicho nada? ¿habrá matado el virus tanta agua?

Demasiadas preguntas sin respuesta para haber estado tanto tiempo en los telediarios.

El Instituto Nacional de Estadística todavía no tiene los datos del año 2009:
http://www.ine.es/jaxi/menu.do?type=pcaxis&path=/t15/p417&file=inebase&L=0

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Vida laboral, vida en general.

Ayer un compañero nos envió este enlace.

Artículo del El País: Explotación remunerada.

Fue muy triste ver como en pocos minutos, las 12 personas del equipo, estaban comentando lo verídico del artículo y lo identificados que se sentían con él.

Y lo realmente triste no es sentirse identificado con lo que se dice en él. Sino ser conscientes de ello y no hacer nada por cambiarlo.

¿Merece la pena no cambiar de vida por unos pocos de miles de euros?
La respuesta no es sencilla. Cada uno tendrá que buscar la suya.

– Enlace para descargar el artículo en pdf.

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Caridad y pena.

Hace unos días, una de las pocas tardes-noche de fin de semana que no ha llovido y que sí ha hecho buen tiempo, estaba con un amigo tomándome un refresco en una terraza de una cafetería pegada a la puerta de una hotel.

Durante la conversación me fije en un chaval negro, bien vestido pero un poco moderno (con una camisa amarilla y verde de flores) que parecía estar en la entrada del hotel esperando a alguien.

Casi al mismo tiempo, se nos acercó a la mesa un hombre ni mayor ni joven, con pinta de ser de Europa del Este. Iba bastante sucio y no hablaba demasiado bien. Llevaba y vaso y lo que quería era que le echáramos dentro una limosna. Como es habitual, con pena, le dije que no.

Después de pasar por nuestra mesa, el hombre se acercó al joven de la puerta del hotel, este rebuscó en su monedero, sacó una moneda y se la dio.

Curiosamente, al momento, el joven negro entró en la cafetería donde estábamos y sacó unos CDs para vender. Luego también pasó por nuestra mesa…

Soy de los que hace mucho tiempo que dejaron de dar nada a nadie que pida por la calle. He visto ya a muchos pícaros sacando dinero a la gente. Según he ido creciendo las historias han ido cambiando, pero a muchos aprendías a reconocerlos día tras día por el barrio, aprovechándose de la pena de la gente y haciéndote desconfiar del resto.

Entre otras muchas, recuerdo como te contaban estas historias, aderezadas eso sí, con mucha imaginación y detalles convincentes:
Para llamar desde la cabina. (Cuando estas todavía se usaban.)
Para el autobús del pueblo. (Cuando todavía había mucha menos gente con coche.)
Para ir a la farmacia a comprar las medicinas de su madre porque acababa de salir del médico. (Cuando ya te había contado la misma historia tres veces en tres días.)
– Para un bocadillo. (Pero si alguien le ofrecía comprarle el bocadillo él ponía una excusa y sólo quería el dinero.)

De todas estas historias y con esta actitud que he llegado a tener, siempre me ha dado pena pensar en que pasaría con aquellas personas que estuvieran contando la verdad.

Y a día de hoy, muchas mañanas me vuelvo a plantear, si me hiciera falta, con que cara le pediría yo un día ayuda al chico que vende pañuelos en el semáforo si todos los días le digo que no, que no puedo darle nada, cuando él ya está ahí, sonriendo, llueva o haga frío, cuando yo paso por la mañana temprano.

Un día de la semana pasada, después del suceso del vendedor de CD, le di una moneda al chico del semáforo y ahora además de todo lo anterior me planteo ¿reconocerán aquellos que han pasado verdadera penuria cuando uno miente al pedir? ¿o será simplemente que el hecho de haberla pasado no les permite dejar que paguen algunos sinceros la culpa de los timadores y por eso dan algo a sabiendas de que pueden estar engañándolos?

Yo me inclino por lo primero.

Para otra vez quedará comentar porqué se puede confundir a un vendedor de CDs con un turista niño de papá.

Un saludo.

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