(Conviene leer la entrada anterior antes de leer esta.)
Una de estas tardes, después de la siesta, le he dicho a Adrián que nos íbamos de paseo a la calle. Como es habitual, se ha puesto muy contento y se ha ido directo para la puerta del piso.
Me he ido detrás suya y le explicado que primero teníamos que cambiarle el pañal y la ropa, entonces él, como hace a veces, me ha dicho “no, no, no…”.
-¿Pero Adrián tú quieres ir a la calle?-
-gi, gi, gi- (Sí, sí, sí, en su idioma).
-Adrián entonces hay que vestirse. Mira yo ya tengo los zapatos y me he puesto la ropa de salir.-
Y él -gi, gi, gi- pero sin separarse de la puerta.
Tras dos o tres intentos más he pasado a la paciencia activa. Le explicado que cuando cambie de idea que me avise y me ido a otra habitación y me he puesto a trabajar.
Ni ha llorado. Simplemente ha intentando molestarme y llamar mi atención con todo lo que ha podido: me ha traído zapatillas y me las puesto encima, me ha dado palmadas en las piernas, me ha llamado, ha dado por la casa algún que otro golpe con algo…
Aprovechando que él ha ido viniendo a la habitación donde yo estaba, yo me he ido levantando de vez en cuando para ir cerrando puertas y dejarle cada vez menos radio de acción.
Resignado, ha venido y me ha llamado de nuevo pero en un tono distinto. Le he preguntado si se iba a poner la ropa y me ha dicho que sí. Me he levantado y nos hemos ido los dos al baño donde está el cambiador. Cuando hemos llegado se ha sonreído y ha dicho de nuevo -no, no, no…- y se ha quedado tan feliz.
Me he vuelto a la habitación, me he sentado de nuevo y he esperado. Me he dejado hacer la jugada esa de ir hasta el baño un par de veces más a sabiendas de que me engañaba. Pero, finalmente, he agarrado la ropa y el pañal, me los he llevado conmigo y los he puesto encima de la mesa. –Ya no me levanto más, cuando de verdad quieras, coges las cosas y me avisas-.
Entonces el niño, de nuevo para llamar mi atención, se ha puesto a intentar darle vueltas a mi silla giratoria. Generalmente dejo que lo haga conmigo encima porque sé que le gusta darme vueltas. Pero esta vez, como ya no quería echarle cuenta, he puesto los pies en el suelo para que la silla no se mueva.
El niño, ya resignado, ha ido a coger el pañal y me ha hecho gestos para ir a vestirse. Perfecto…
Mientras íbamos al baño para cambiarlo, ni ha llegado, él disimuladamente se ha quedado atrás y cuando, tras llamarlo yo desde el baño y ver que no venía, he vuelto a la habitación, me lo he encontrado dándole vueltas a la silla y “sonriendo”. Me la ha jugado con planificación (lo que viene a llamarse con premeditación y, seguro, alevosía).
Él sabía que yo volvería a levantarme como las otras veces y ha usado esa técnica para quedarse con la silla. Quizá a la gente le parezca poca la diferencia con respecto a que llore para que le echen cuenta pero, la sutil diferencia entre hacer algo de efecto inmediato (“llorar -> me echan cuenta” o “tu vas -> y yo te sigo para reírme en el momento”) y planificar un engaño (él se va a levantar, yo luego me vuelvo…) a mí sí que me parece significativo con 18 meses.
Tras esto, con 35 años de diferencia con el niño, he empleado yo mi astucia (si es que merece ese nombre). Hemos vuelto a ir los dos al baño y cuando él esperaba poder volver a sonreírse para decirme -no, no, no…- he cerrado la puerta y me he sentado en el baño a esperar.
–Aquí nos vamos a quedar los dos hasta que te decidas a vestirte– Y he cerrado los ojos para no echarle cuenta.
Ni un lloro. Ha hecho ruiditos con las dedos en la puerta, ha dado vueltas sobre sí mismo en el baño y se ha tumbado plácidamente en el suelo a meditar sobre su resignación. Finalmente, a los pocos minutos me ha dicho que lo suba al cambiador y que lo vista.
Fuera ropa, cambio de pañal, pantalones. Todo como la seda (cosa que estos días era imposible).
Cuando he llegado a la camiseta se ha rebelado en la segunda manga.
Me he vuelto a sentar en el baño, he vuelto a cerrar los ojos y ha sido inmediato. El niño se ha desplomado en el cambiador rendido y con cara de “vale ponme ya todo lo que quieras y vámonos de una vez”.
Por fin, una hora después de lo previsto, nos hemos ido felices a la calle.
Lo mejor es que sé que a él le da exactamente igual cambiarse de ropa. Su negativa es por pura satisfacción de rebelarse, porque él es el primero que quiere salir a la calle y porque otras veces se pone la misma ropa sin problemas.
Sinceramente, por un lado me ha dado pena verlo derrotado. Por otro, me he sentido orgulloso de mi mismo por haberlo derrotado (que con 35 años más ya es triste el asunto).
Pero la cuestión es que, viendo mi nivel de inteligencia ¿con cuántos meses empezará él a hacer lo que quiere, creyendo yo que hacemos lo que yo quiero…?
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