Hace unos días, una de las pocas tardes-noche de fin de semana que no ha llovido y que sí ha hecho buen tiempo, estaba con un amigo tomándome un refresco en una terraza de una cafetería pegada a la puerta de una hotel.
Durante la conversación me fije en un chaval negro, bien vestido pero un poco moderno (con una camisa amarilla y verde de flores) que parecía estar en la entrada del hotel esperando a alguien.
Casi al mismo tiempo, se nos acercó a la mesa un hombre ni mayor ni joven, con pinta de ser de Europa del Este. Iba bastante sucio y no hablaba demasiado bien. Llevaba y vaso y lo que quería era que le echáramos dentro una limosna. Como es habitual, con pena, le dije que no.
Después de pasar por nuestra mesa, el hombre se acercó al joven de la puerta del hotel, este rebuscó en su monedero, sacó una moneda y se la dio.
Curiosamente, al momento, el joven negro entró en la cafetería donde estábamos y sacó unos CDs para vender. Luego también pasó por nuestra mesa…
Soy de los que hace mucho tiempo que dejaron de dar nada a nadie que pida por la calle. He visto ya a muchos pícaros sacando dinero a la gente. Según he ido creciendo las historias han ido cambiando, pero a muchos aprendías a reconocerlos día tras día por el barrio, aprovechándose de la pena de la gente y haciéndote desconfiar del resto.
Entre otras muchas, recuerdo como te contaban estas historias, aderezadas eso sí, con mucha imaginación y detalles convincentes:
– Para llamar desde la cabina. (Cuando estas todavía se usaban.)
– Para el autobús del pueblo. (Cuando todavía había mucha menos gente con coche.)
– Para ir a la farmacia a comprar las medicinas de su madre porque acababa de salir del médico. (Cuando ya te había contado la misma historia tres veces en tres días.)
– Para un bocadillo. (Pero si alguien le ofrecía comprarle el bocadillo él ponía una excusa y sólo quería el dinero.)
De todas estas historias y con esta actitud que he llegado a tener, siempre me ha dado pena pensar en que pasaría con aquellas personas que estuvieran contando la verdad.
Y a día de hoy, muchas mañanas me vuelvo a plantear, si me hiciera falta, con que cara le pediría yo un día ayuda al chico que vende pañuelos en el semáforo si todos los días le digo que no, que no puedo darle nada, cuando él ya está ahí, sonriendo, llueva o haga frío, cuando yo paso por la mañana temprano.
Un día de la semana pasada, después del suceso del vendedor de CD, le di una moneda al chico del semáforo y ahora además de todo lo anterior me planteo ¿reconocerán aquellos que han pasado verdadera penuria cuando uno miente al pedir? ¿o será simplemente que el hecho de haberla pasado no les permite dejar que paguen algunos sinceros la culpa de los timadores y por eso dan algo a sabiendas de que pueden estar engañándolos?
Yo me inclino por lo primero.
Para otra vez quedará comentar porqué se puede confundir a un vendedor de CDs con un turista niño de papá.
Un saludo.
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