Los anacronismos de mi tierra…

Resulta que en los Estados Unidos de América hay muchas personas que están en contra de la cultura amish porque opinan que suponen un atraso y un lastre al progreso en las zonas donde viven.

– No molestan a nadie -piensan algunos-.

– Pero sí que molestan cuando tu coche tiene que ponerse en la carretera detrás de su carro con una mula y armarse de paciencia para ir a su paso hasta un trecho donde adelantar -dicen otros-.

– Pero sí que traen riqueza turística con su cultura peculiar -dirían otros mas-.

Gustos para todos.

Nosotros aquí nos conformamos con, una vez al año, sacar un montón de carretas tiradas por bueyes e ir andando hasta un sitio a 50 o 100km de distancia en “peregrinación”.

Lo peculiar en nuestro caso es que, en plena hora punta, a las 8:30 de la mañana de un día laboral normal, la policía ha cortado varias de las vías más importantes de salida y acceso a la ronda de circunvalación de Sevilla durante 35 minutos seguidos para que estas carretas pudieran hacer su camino.

– Nada de hacerlo a horas que no afecten a la entrada del trabajo.

– Nada de cortar a intervalos y que pasen ahora algunas carretas, ahora algunos coches.

– Nada de obligar a que el camino de peregrinación pase por vías poco transitadas.

Nada, de nada. Aquí, una vez al año tenemos a nuestros particulares amish. Claro que estos ni son pobres, ni castos, ni… en fin.

¿Quien paga los 35 minutos de improducción de las cientos de personas que hoy no trabajaron ese tiempo? Son bastantes euros.

Ah, sí, para el que no lo sepa, hablo de las carretas del Rocío de Sevilla. Faltaría más.

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Mercadillos de “marca”

Me contaba hace unos días una amiga, que se había ido a dar una vuelta el domingo por la mañana a uno de esos mecardillos, tenderetes o baratillos de su barrio.

Como es habitual había genero diverso: frutas, verduras y hortalizas; libros; perfumes, jabones y ambientadores; CDs y material electrónico y, como siempre, ropa; mucha ropa.

De entre toda la ropa que fue viendo, se alegró al llegar a un puesto donde tenían los mismos pantalones y vestidos que había visto unos días antes en una tienda: berska, mango o la que fuere. Al lado del puesto, sin ningún reparo, estaba una de las dependientas voceando – ¡Auténticas faldas y pantalones de berska! ¡Ttodo auténtico! ¡Precio de ganga!… –

Mi amiga, como es natural, se puso a rebuscar su talla (para aprovechar la oportunidad) mientras comprobaba que las etiquetas parecían originales y que los precios eran la mitad: de 24 euros en la tienda a 12 allí y de 12 en la tienda a 6 allí.

Pero la mayor de las sorpresas se la encontró mi querida amiga cuando empezó a comprobar que muchas de las prendas todavía tenían puestas las alarmas de seguridad de la tienda

Evidentemente las prendas volaron del puestecillo como los papeles con el viento. Ella, que es muy honrada, decidió no llevarse nada. Se ve que todavía no sabe que esos mercadillos están completamente regulados y que, si las prendas tienen todavía la alarma puesta será porque al comprar los tenderos así, en grandes cantidades para vender en mercadillos, a veces se da algún error y algunas de las cajas no se revisan, porque allí cosas robadas no hay… digo yo ¿no?.

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Hoy he comido en Buenos Aires o Ushuaia.

Martes 14 de agosto de 2007.

No se porqué hoy parece que estoy en Argentina.
Hoy he comido en Buenos Aires o en Ushuaia.
Hoy hace un día luminoso de cielo limpio,
Con una temperatura cálida pero seca y, a ratos, casi frío.

Como solo en un sitio de comida rápida que bien podría ser un local de empanadas de allí de Buenos Aires.
Nadie por la calle, es domingo a inicios de primavera y la gente no está en la calle después de comer.
Mires donde mires se ve tranquilidad.
Mientras como, suena música latina de fondo y tres sudamericanas atienden el local.

El barrio de Palermo, el parque de Lezama, las afueras de Ushuaia… En todos ellos podría haber estado hoy y no lo hubiera notado.

Me pregunto si cuando salga a la calle empezaré a ver gente caminando hacia el parque de la reserva, todos en la misma dirección, gente sin cesar, como me pasó el día que yo estuve por allí, en Buenos Aires. Pero me temo que no será así.

Una luz amarilla y una brisa cálida me acompañan de vuelta a la oficina. No se puede pedir más, para ser agosto en Sevilla y no Octubre en Argentina.

No se puede pedir más.

Y por supuesto nada de esto tiene nada que enviar a pasear por Pittsburgh en las mismas fechas: ese Market Square, the three point park, the University or the nice Station Center.

Nada que envidiar.

Saludos a todos,

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Serenidad, algo impresionante.

Hace cosa de un mes falleció un buen amigo de la familia. No pude asistir a su entierro pero no quise perderme la misa de la semana siguiente.

Me escapé un poco antes del máster pero aún así llegué tarde. Lo primero que me llamó la atención es la cantidad de gente que había en aquella iglesia tan enorme que yo desconocía. Estaba todo repleto de gente. Me fuí al final, encontré allí un asiento y lo ocupé. Desde esa posición pude observar y reflexionar. Jó, ¿cómo podía haber venido tanta gente? en las misas de difuntos (no de funeral) nunca había visto tanta asistencia. Es verdad que E. era una persona muy querida pero, verdaderamente, me asombré.

Sin embargo lo importante vendría después. Al acabar, cuando el cura dijo eso de “podéis ir en paz” añadió que la hija de E. quería decir unas palabras. Un agradecimiento a la gente por asistir pensé, pero no…

La niña, que no recuerdo su nombre, de unos veintipico años, comenzó a leer unas palabras a su padre. Con voz firme fue citando muchas de esas cosas bonitas que se dicen a los que ya no están. Con voz firme se mantuvo mientras el resto de presentes se iban conmoviendo poco a poco. Y es que las palabras dejaron de ser comunes para ser detalles muy concretos de la vida y la forma de ser de E. Yo no me suelo emocionar y recuerdo que mientras estaba allí escuchando pensaba: “joder, tengo un nudo en el estómago y soy yo ¿cómo debe estar ella?”.

Poco a poco a hubo gente que se fue saliendo emocionada, o que buscaban alguna esquina apartada donde serenarse. Pero no acabó ahí, de repente la niña dijo: “Y ahora papá voy a dedicarte una canción de esas que tu tienes. He estado revisando tus discos y he escogido este bolero* de Pasión Vega que se que te gusta…” Supongo que todos pensamos que leería la letra pero ante mi asombro la niña comenzó a cantar con voz firme desde el atril de las lecturas.

Fue simplemente impresionante. Poca gente podía contenerse y, si bien es cierto que en esos momentos la congoja es contagiosa, no hay que olvidar que ahí estuvo esa niña: hablando y cantándole al padre que hacía una semana acababa de enterrar. Ella lo hizo como su padré le enseñó: pensando con la cabeza y no con el corazón.

A la salida di los pésames oportunos, saludé a los conocidos y me fuí a mi casa sin dejar de recordar por el camino lo que acababa de ver.

Solo me queda opinar que además de lo impresionante y bonito del hecho hay que recordar que todas esas cosas que se le dicen a los difuntos conviene decirlas también en vida. Que no digo que luego no sirvan pero por si acaso.

Saludos.

* no estoy seguro de si era ese estilo de canción ni si era esa cantante, pero no creo que importe.

P.D.: con esto espero haber complacido ya a algunos. 😉

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La fiesta del colegio.

Hace unos meses contaba como al estar una tarde esperando en la facultad, me sentía viejo. Me identificaba con un chaval que iba en bici, o con aquel grupo que había comprado las cosas para hacer la cena improvisada en casa de su amigo el del piso de estudiantes. O con los que se habían tangado las últimas clases del jueves y andaban por el cesped.

Me identificaba, pero no era ninguno de ellos. Y es que los años no pasan en balde. En momentos como ese es cuando uno puede alegrarse de lo vivido y pensar en “que me quiten lo bailao”, en momentos como ese es cuando uno se alegra de aprovechar el tiempo aunque eso suponga acabar reventao o no rendir siempre como debe… aunque algunos días me sienta incapaz de seguir así (y en el siguiente post veréis por qué).

Pero todo esto venía por una fiesta. La fiesta de mi colegio, bueno uno de ellos, el de BUP (cuando existía eso, claro, porque ahora ya estoy como mis padres cuando hablaban con sus amigos del bachiller, la preu y esas cosas de viejos…).

Resulta que yo vivo todavía al lado de mi colegio. Veo el patio desde la ventana y ahora hace ya diez!! años que salí de allí. Diez años en los que he seguido viendo año tras año a los mismos profesores conocidos que seguían dando clases. Dos años viendo como algunos de mis compañeros de curso se incorporaban a la plantilla del centro diez años después de abandonarlo. Diez años viendo como cambiaban los estilos de música y los playbacks de la fiesta. Diez años viendo las distintas modas de los niños y como pasaron de ser “normales” a llevar móvil, y escuchar esa música que alguna que otra vez soñé con destrozar con un bazoka. Diez años, eso sí, viendo como los chicos y chicas esperaban ese día con ansiedad y era especial para ellos y tenían grandes esperanzas en contactar con tal o cual individuo del sexo contrario…

Y esa es la cosa, que estoy aquí en mi casa tranquilito y es imposible descansar. ¿Cómo va uno a desconectar de semejantes recuerdos con tal murmullo tentándote constantemente? Si en la facultad me sentí viejo, estaba equivocado… ahora me siento viejo.

Pero tranquilos siempre quedará la parte postiva: cuando hay tanto por recordar será porque hay tanto vivido no?

Vi. 20 Mayo 2005

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Esos deseos humanos…

La verdad, creo que yo siempre he sido una persona bastante tolerante con las cuestiones de la movida. Reconozco que alguna vez he salido a la ventana a pedirles que se callen y, bueno, a increparles de paso dos o tres insultos. Y reconozco también haber tirado alguna vez agua a las gentes de abajo e incluso algun vaso con orines… Pero todo eso lo hacía más por divertimento que por otra cosa. A estas alturas, como yo siempre digo: ¿Cómo puedo yo quejarme si yo fui el más golfo de todos ellos?.

Sin embargo actualmente trabajo un mínimo de once horas diarias de reloj, cinco días a la semana. Que creo que es bastante. Y cuando llego un miércoles por la noche reventao a mi cama y de repente empiezo a revolverme en ella porque a la una de la mañana hay en la calle un niñato inconsciente, con ganas de hacerse el gracioso y comerse el mundo. Compartiendo su puta música de coche con todo el barrio y haciendo la jodienda, entonces… Entonces me levanto, busco los tapones, me los pongo y listo…

Pero justo antes de dormirme no puedo dejar de pensar en ello y tener ese deseo que seguro que todos habéis tenido alguna vez. Ese deseo de tener un arma.

En mi caso es muy sencillo. Me imagino perfectamente como en vez de levantarme a buscar los tapones me levanto y cojo mi bazoka de última generación de los pies de la cama, como el que coge el fogo cuando escucha un mosquito. Levanto la persiana, abro la ventana, identifico al imbécil de turno y, en un destello fugaz, termino con él, con su coche y con toda su cohorte de babosos alabantes e idiotizados. Y todo ante la mirada cercana de los muchachos de lipasam* que se muestran agradecidos con sus gestos y vienen diligentes a recoger la escoria que queda. Mucho más gustosa que los cascos de cerveza, las botellas vacias, los vasos partidos y las vomitonas y meadas de la gente, todo típico de un fin de semana cualquiera. Sin comentar la atenta gratitud de otros vecinos observantes.

Y es que claro, hoy era miércoles. La selección natural ha hecho su trabajo y ha eliminado a los que no comprendieron la sencilla diferencia entre viernes, sábado y domingo y el resto de la semana. El mundo puede permitirse golfos pero no golfos estúpidos, esos mueren en accidentes reales o son eliminados en mis sueños.

Después de todo por fin me duermo, agradecido de que en el bazar de la esquina solo tengan pastillas de fogo y detergentes y no otros porductos “de limpieza”.

No me considero una persona peligrosa, estoy seguro de que deseos e imaginaciones parecidas los ha tenido todo el mundo alguna vez… ¿o no?…

Saludos a tods.

*Lipasam: empresa encargada de los servicios de limpieza de Sevilla.

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