De como valorar las cosas y querer lo que uno tiene

Había una vez dos hombres que vivían en la montaña. Los dos sabían que las pequeñas piedras rojas que sacaban de la mina cercana eran muy valiosas para hacer trueques y vivir bien. Con aquellas piedras rojas podían hacer cambios y obtener cosas que no estaban en la montaña: pescados del mar, pieles distintas, metales, etc.
Si bien es cierto que uno de ellos se pasaba el día allí encerrado, en la mina, a oscuras, cavando sin parar, pensando solamente en acumular más y más piedras rojas. Y el otro hombre era bastante más tranquilo y perdía buena parte de su tiempo mirando el cielo, los pájaros, las plantas y todo aquello que recreaba su vista; recogía setas y las comía, y cazaba venados y se daba festines.

El primero de los hombres no disfrutaba tanto de semejantes placeres, se dejaba la piel día tras día cavando en la mina, guardando todas esas piedras rojas que algún día le permitirían vivir mucho mejor. Guardando esas piedras rojas que algún día le dejarían irse en la época fría a la playa, a disfrutar de un clima más benigno; guardando esas piedras rojas que le permitían caprichos puntuales y mejores metales para sus armas sin usar, por falta de tiempo para la caza.

Junto con las piedras rojas, de vez en cuando, los hombres encontraban alguna piedra verde. Las piedras verdes no servían para nada, eran trabajo vano…

Cuando pasaron los años, el hombre vividor y feliz, en uno de sus muchos ratos libres, se alejó y se topó con una tribu extrajera que estaba de paso. Esta tribu traía montones de cosas nuevas y atractivas. Curiosamente, cuando se dispuso a comenzar los trueques, vio que la tribu aceptaba bien las piedras rojas pero ¡aceptaba mucho mejor las piedras verdes!. De hecho, para cambios básicos las piedras rojas estaban bien pero, para obtener verdaderas cosas buenas, necesitaba las piedras verdes. El hombre feliz se sintió entonces muy frustrado. Tantos años disfrutando de su cómoda existencia y de sus bonitos paisajes y ahora descubría cuantos placeres le quedaban todavía por vivir; placeres casi imposibles, placeres caros ¿cuántos años tardaría ahora en acumular unas cuantas piedras verdes? ¡cuántos años perdidos!… viviendo felizmente.

El hombre frustrado pasó un tiempo con la tribu extrajera, acepto su humilde felicidad y se adaptó a su cómoda existencia y, un día, volvió a subir a la montaña y se encontró a su antiguo “compañero”. Este hombre había seguido su trabajadora vida, cambiando poco a poco parte de sus piedras rojas en los trueques habituales y, para entonces, ya tenía allí acumulados montones de piedras verdes que nunca había podido gastar.

Cuando los dos empezaron a intercambiar sus novedades, el hombre trabajador se derrumbo y mostró una depresión acumulada ¿para qué tanto trabajo tantos años? ¿para qué querer tantas piedras rojas que solo mejoraban un poco la existencia y apenas dejaban tiempo para ver el cielo y las estrellas?. El hombre frustrado, muy sorprendido, comenzó rápidamente a contarle el valor que tenían las piedras verdes que el desposeía y tanto añoraba. Intentó convencer al “compañero” de lo equivocado de su tristeza, pues bien sabía él que unos años de trabajo sin ver los árboles ni los ríos bien valían la pena en comparación con los manjares y bellezas que le permitirían obtener esas piedras verdes en la tribu adecuada.

Nada pudo hacerse, ¿cómo convencer a su “compañero” trabajador de la existencia de unos bienes que él jamás había visto todavía en ningún trueque? ¿Cómo valorar más esos bienes explicados, que la belleza natural que tenía a su alcance y que se había perdido tanto tiempo (por estar dentro de la mina)? Era imposible de valorar, el hombre solo cree en lo que siente.

Ninguno estaba contento del todo. Uno sabía lo que se perdía, pero había disfrutado lo que tenía; otro se había perdido lo que creía, pero no veía lo que en verdad tenía.

Qué jodida es la vida ¿verdad? 🙂

21 de junio de 2006. Versión beta.
Disculpen ustedes las faltas, esto lo hemos colgado hoy aunque lo mejoraremos mañana.

Moraleja: nada es ni tan malo ni tan bueno como parece, ni a nada hay que dedicarse con demasiado ahínco. Y si así se ha hecho, siempre hay tiempo de cambiarlo, pero mientras, hagas lo que hagas, valora lo que ya tienes porque en verdad eso es lo único que es seguro que tienes, aunque a veces ni lo sepas.

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